domingo, 14 de junio de 2009

ALFANHUÍ. Rafael Sánchez Ferlosio

En diciembre de 1950, Ferlosio terminó de escribir Alfanhuí. Yo la leí cuando era estudiante de Magisterio, hace treinta años. Mi reencuentro con la obra, en junio del 2000, ha sido una fiesta. Una fiesta para los sentidos, pues una escritura extraordinariamente sensual: los colores, luces y sombras, los sabores, los olores.
También es una fiesta para el lenguaje, para el disfrute de las palabras, para saborearlas, para pesarlas y para rescatarlas de la memoria. Yo he recuparado de mi memoria lingüística la palabra ABANTO, que utilizaba mi abuela, en mi infancia conquense y a la que solía añadir el adjetivo "melonero"; de tal forma que sentenciaba con frecuencia ¡vaya un abanto melonero!. Esa palabra me estaba esperando en las páginas de Alfanhuí.
He seleccionado del libro unos retazos, como auténticas joyas de calidad lieraria, o a mí me lo parecen:
Como empleo de adjetivos: viento remoto, sombra agitada, nevada invisible.
Como capacidad para crear imágenes poéticas: "Se estremecieron en las paredes las sombras de los pájaros", "el desván olía a cerrado y estaba lleno de sueño", "tenía toda la silla un aire soñoliento y abandonado"
Como poder descriptivo de la estética de lo humilde, lo cotidiano: "...muchas flores cultivadas en botes de conserva y en cubos viejos, junto a la pared..."
Como descubrimiento del alma de las cosas: ...se oyó una nota lenta, melosa, larga y amortiguada...
A todo esto, hay que añadir un finísimo humor, unas gotas de ironía y varios gramos de socarronería. El resultado, un relato de iniciación, que te acerca una naturaleza mágica y un personaje que se aventura por la vida, con la dignidad de los seres auténticos. Como dicen por estas tierras, que él no visitó... Bon vent i barca nova!.

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