domingo, 25 de abril de 2010

HIJO DE LA LUZ Y DE LA SOMBRA



El pasado viernes 23 de abril, escuché en Elche el concierto de Joan Manuel Serrat "Hijo de la luz y de la sombra". Fue emocionante y hermoso. Hoy he leído en el diario INFORMACIÓN, una bella reseña de José Luis Ferris, una de las personas que mejor lo conoce y que también lo ha rescatado, a su manera, del desconocimiento y del olvido. Es tiempo de MEMORIA y de RECUERDO.
RECORDAR: Del latín re-cordis, volver a pasar por el corazón.


Publico en el blog el artículo de Ferris. No tiene desperdicio.

SERRAT: CRÓNICA DE UN REGRESO.
José Luis Ferris

Había expectación, qué duda cabe. Las 2.800 entradas se habían agotado y la cola para acceder al Palau dels Esports de la Universidad Miguel Hernández de Elche se extendía, como una cicatriz multicolor, a lo largo del campus. Ninguno de los allí reunidos quería perderse, en presente y en vivo, una velada con Serrat tras el regreso de éste a los versos de Miguel Hernández. Su último trabajo, "Hijo de la luz y de las sombras", prometía completar la labor realizada hace 38 años con aquel álbum dedicado al poeta de Orihuela y que sirvió para lanzar al mundo, en un tiempo de silencios últimos, los poemas de un autor condenado al desconocimiento y a la clandestinidad.
Cuando Joan Manuel Serrat apareció entre las sombras y las luces del escenario, su voz ya había poblado las cuatro esquinas del pabellón con tres heridas esenciales: la del amor, la de la muerte, la de la vida. Era una voz firme, limpia, resucitada, que se hundía en la raíz de un poeta aparentemente muerto hace 68 años tras los muros de una cárcel, para ascender untada de prodigio, vibrante y esencial, sin la erosión del tiempo, sin las escoceduras de una convalecencia consabida y cercana. Allí estaban Hernández y Serrat en alma entera, desamordazados de toda incertidumbre, enarbolando las banderas de la plenitud y enamorando a un público que regresaba con ellos al centro de la vida, al sentido profundo de la vida, a los lugares exactos donde la vida habita.
El directo nos devolvía a un Serrat más generoso y entregado que nunca, más amarrado al mundo, más convicto y más rendido a la causa de sentirse propagandista universal del poeta, desde al "ay al hay por el ay" de la queja íntima de Hernández, desde su humildad primitiva ("Las desiertas abarcas", "El hambre", "Cerca del agua"), a las cumbres del "Dale que dale que", siguiendo la carnal ascensión de la palmera, empuña el cósmico deseo de ese "Para la libertad" que se convierte en coro humano, en consigna de futura mirada.
Serrat trazó un recorrido de sabio por el periplo del poeta. Intercaló poemas valiéndose de esa dicción que se hermana, honda y exquisitamente, con los silencios, con el tiempo y con los matices sedosos, graves, de su veterana garganta. Las notas de una viola (animada por Olvido Lanza) o los acordes de una guitarra (la de Israel Cuenca) retomaban las últimas palabras del maestro y conducían entonces hacia el corazón de "El niño yuntero", la mítica "Elegía" o las "Nanas de la cebolla". Redobles de guerra (en las manos de Vicente Climent) anunciaban luego la inminente "Canción del esposo soldado", "Si me matan, bueno" o la estremecedora confesión de "Tus cartas son un vino". Y más tarde, entre el envolvente aroma de los teclados (acariciados por José Mas), el piano del maestro Miralles, del contrabajo incluso (pellizcado por Víctor Merlo), reivindicó su momento la experiencia de sentir cómo germinan, florecen, los versos de "Sólo quien ama vuela", "El mundo de los demás", "Hijo de la luz y de las sombras"É El cantautor de siempre pidió entonces una luz cenital y un tiempo para el recogimiento en un tú a tú con Hernández, cara a cara, corazón con corazón, alma con alma; se creó la atmósfera propicia en la penumbra confesional de un escenario donde sólo Serrat, su guitarra y Miguel, desmigaron como un pan amigo, la tristeza de las guerras y la clara certeza de que, "Menos tu vientre", todo es oscuro, todo es pasado, baldío, turbio.
Los versos de José Agustín Goytisolo se sumaron en el penúltimo poema a la vieja y conocida historia de los poetas olvidados. Y lo hicieron de tal modo, con tanta sencillez y magnitud, que no un hubo tiempo para más discurso ni más música que la canción final de "Uno de aquellos", todo un telón de melodías y palabras que pusieron fin a la aventura de andar o desandar los pasos Miguel Hernández, con su mismo calzado pobre, con su misma luz de poeta necesario.
Si algo resulta irrefutable es que Miguel estaba allí, regresado de las falsas leyendas,

viernes, 16 de abril de 2010

ESTOCOLMO

Recientemente he realizado una visita a Estocolmo. La ciudad me ha parecido fascinante. De momento, voy a publicar unas fotos hechas por Diego. Las imágenes son más rápidas que las palabras. Para escribir sobre esta ciudad, necesito reposar un poco más lo que recibían mis sentidos. Pero todo llegará.