martes, 12 de octubre de 2010

12 de octubre. LA CULTURA DE LA GUERRA.


Contemplo entre aturdida e indignada unas escenas del consabido desfile de las Fuerzas Armadas, que la televisión pública tiene a gala retransmitir, todos los años, tal día como hoy.
Noam Chomsky ha estudiado con la lucidez que lo caracteriza las estrategias de los medios de comunicación que, en rentable alianza con el poder, nos bombardean con una realidad a la medida de sus intereses.
Pero yo hoy necesito refugiarme en las VOCES PARA LA PAZ. Y he elegido a José Saramago, a Lucía Etxebarría y a Verónica Pedemonte, que nos ofrecen su palabra como un bálsamo contra la tiranía de la sinrazón o, dicho de otra manera, para desacreditar el despliegue militar y armamentístico como medio para solucionar problema alguno. Tampoco es válido para construir un mejor mundo.
En La paz y la palabra, publicado por Odisea Editorial, Saramago dice: "Hasta ahora, la humanidad ha sido siempre educada para la guerra, nunca para la paz. Constantemente nos aturden las orejas con la afirmación de que si queremos la paz para mañana, no tendremos más remedio que hacer la guerra hoy. (...) Ya es hora de que las razones de la fuerza dejen de prevalecer sobre la fuerza de la razón. Ya es hora de que el espíritu positivo de la humanidad que somos, se dedique, de una vez, a sanar las innúmeras miserias del mundo. Esa es su vocación y su promesa."
En el mismo libro, Lucía Etxebarria apunta: "vivimos en tiempos ficticios en los que realidad y ficción se confunden, distorsionándose y creando una tierra de nadie en la que habitamos: el paisaje catódico. (...) Los informativos no son sino las voces de su amo del amo de turno, y las cadenas televisivas estatales, pozos sin fondo para el malgaste del dinero público que propagan una sola verdad: la verdad: la verdad del partido que gobierne, la verdad institucional, su verdad."

Y, por último, un poema de Verónica Pedemonte.

Temerarios

Hay que encerrarse en la caligrafía
atribuirle al nombre un número,
soportar con paciencia la etiqueta
y no inventar el mundo cada tarde.

Hay que aceptar al general en jefe,
hay que encogerse si la cama es corta.
Dormir de lado si la ves estrecha,
estrujarse los pies en los zapatos.

Aunque conozco gente temeraria
que, ante la duda, caminó descalza,
asimiló las deudas, perdonó los errores,
le dijo adiós al general en jefe,
dentro de la mejor caligrafía,
y se atrevió a vivir a su manera.

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